sábado, 22 de febrero de 2014

Una casualidad que salvo muchas vidas

Durante aquel año de 1929, Alexander Fleming se había interesado por el tratamiento de las infecciones de las heridas. Era una época en la que había muchos fallecimientos no ya por las heridas producidas en conflictos bélicos, sino por el tratamiento de las mismas. 


Fleming estaba trabajando con unas bacterias llamadas estafilococos dorados y como reaccionaban ante la acción de una bacteria. El experimento quedo ahí porque el científico ingles se iría tres semanas de vacaciones, que sabían a gloria, tras muchos meses de ingente trabajo. 
Cuando llego de las vacaciones, Fleming descubrió lo inimaginable.  Se percató de que en una pila de placas olvidadas antes de su marcha, donde había estado cultivando una bacteria, Staphylococcus aureus, había crecido también un hongo en el lugar donde se había inhibido el crecimiento de la bacteria. El hongo fabricaba una sustancia tan fuerte que producía la muerte de la bacteria. 

Fleming en su laboratorio

Fleming llamaría Penicilina a la sustancia producida por el hongo, ya que éste pertenecía a la familia Penicillium. Sin saberlo y fruto de las placas olvidadas durante aquellas tres semanas de vacaciones, Fleming había descubierto uno de los inventos más grandes de la historia del Siglo XX y de todos los tiempos. 

Fleming recibiendo el Premio Nobel

Gracias a esa sustancia muchas vidas saldrían adelante. Por este logro vital para el ser humano recibiría el Premio Nobel de Fisiología o Medicina en 1945 junto a los químicos Ernst Boris Chain y Howard Walter Florey, que se encargarían de sintetizar y distribuir a nivel comercial de la propia penicilina. Y es que a veces de las casualidades, se realizan los descubrimientos más maravillosos.

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