martes, 29 de julio de 2014

Un Réquiem... para Mozart

En medio de la soledad más absoluta. En medio de la enfermedad que poco a poco mimaba su cuerpo se debatía el más grande de aquellos virtuosos de la música. Y ahí, cuando la tristeza había nublado su Alma por la proximidad de la muerte, se oyó un portazo en la puerta.


El propio inquilino abrió la puerta. La figura que vio ante sus ojos, le lleno de pavor como si en ese preciso instante hubiera visto a la mismísima muerte a los ojos. La figura iba completamente vestida de negro. Éste rehuso identificarse y sabiendo de la calidad compositora de aquel a quien estaba visitando le encargo un Réquiem. Esto sobrecogió al inquilino. No porque fuera una petición inusual, sino por lo que significaba dicho encargo. El visitante también rehuso decir para quien iba dirigido el Réquiem.
Los meses de trabajo incesante para realizar dicho encargo, nublaron aún más si cabe la cordura del compositor. En medio de su estado febril, el mismo había pensado que el visitante era un mensajero del destino y el Réquiem era para su propio funeral. 


Nunca lo sabría pues falleció sin haberlo terminado. Tampoco supo sí tal visitante, era el mensajero del destino. Lo que si sabemos todos es que dicho compositor ha sido uno de los más grandes de la historia. Había muerto Wolfgang Amadeus Mozart. Murió el hombre; permaneció su leyenda.

Poco después, se supo que el oscuro personaje era un enviado del Conde Franz von Walsegg, músico aficionado cuya esposa había fallecido. Dicho Conde deseaba que Mozart compusiese la misa de Réquiem para los funerales de su mujer, pero quería hacer creer a los demás que la obra era suya y por eso permanecía en el anonimato.

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