martes, 13 de marzo de 2018

¡Aquí yace la esperanza!

El día de difuntos le debió resultar insoportable a don Mariano José de Larra y quiso expresarlo en un artículo para el Español. Efectivamente, era 2 de Noviembre y todos iban al cementerio a honrar a sus difuntos; Larra los ve, pero lo que ellos ignoran es que los difuntos son ellos porque, mientras los supuestos vivos tienen que hacer frente a múltiples problemas en su vida, los supuestos difuntos no le deben a nadie, ni a nada, salvo a las leyes de la naturaleza. 


La melancolía es fuerte en Larra con un pesimismo atroz, viendo como la sociedad española no tiene arreglo y las palabras de sus artículos, muchas veces de animo (puede que un poco crédulo) se las llevará el viento. Los muertos tienen Libertad de expresión y pueden vivir en Paz, mientras ellos no. En este día todo el pueblo va al cementerio a visitar a sus padres o abuelos, mientras ellos, la gente de las calles de la castiza Madrid vive reclusa en una sociedad desamparada, que no tiene arreglo. Para Larra eso sólo puede significar la muerte. Larra comienza a pasearse por Madrid, capital que para él es un gran cementerio y todos los edificios que se encuentra a su pasó son tumbas. 
Efectivamente, Larra al final cuando se siente desorientado y llegando la hora de retirarse, alcanza la terrible conclusión de que sólo puede distinguir una tumba, la de su propio corazón, en el que se halla muerta la esperanza de seguir viviendo. Éste sería su último día de difuntos. 


Meses después, le visitó en la madrileña calle de Santa Clara, Dolores Armijo, su compañera durante algunos años y con la que había tenido una hija, acompañada de su cuñada, para decirle que no había ninguna posibilidad de acuerdo. Poco después de que salieran las dos mujeres de la casa, Larra decidió poner fin a su vida con un disparo en la sien. Apenas tenía veintisiete años. Muchos en su funeral (en el que un joven Zorrilla leyó un emotivo poema) recordaron las últimas frases del gran Larra en aquel artículo del día de difuntos de 1836: 
¡Santo cielo! También otro cementerio. Mi corazón no es más que otro sepulcro. ¿Qué dice? Leamos. ¿Quién ha muerto en él? ¡Espantoso letrero! «¡Aquí yace la esperanza!»

¡Silencio, silencio!
Texto completo-cervantesvirtual 

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